Marcho de Ronda, y lo hago con una extraña mezcolanza de sentimientos, sentimientos de nostalgia por partir de esta ciudad que aún no he abandonado y que no abandonaré nunca, y sentimientos de ilusión por el nuevo camino que me dispongo a recorrer.
Marcho de Ronda, y lo hago por motivos prosaicos, razones de trabajo, pero sé que siempre volveré y esa vuelta será dichosa cada una de las veces, pues será por razones del corazón.
Volveré a Ronda, al embrujo moro que sus callejuelas destilan, al vértigo gozoso de sus acantilados, al bullicio amistoso de sus bares y al cariño de los míos, de los nuestros.
Marcho de Ronda, y me llevo lo mejor de ella con la promesa de devolverla algún día y, hasta que ese día- el definitivo- llegue, reintegrarla poco a poco, con fugaces visitas en las que bebamos el licor de su encanto y refresquemos nuestros recuerdos, aprovisionándonos para una nueva partida y una nueva separación.
Marcho de Ronda, y desde una terraza con vistas al Mediterráneo, allá en el Levante, saboreando una copa de vino de esta tierra, planearé con anhelo cada regreso.
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Momentos antes de ocultarse el Sol, sus rayos anaranjados producen un efecto mágico en las paredes del Tajo. Foto tomada el 6 de Enero de 2.010. |